Es sólo dibujo. Son muchas horas de ilusiones, de sueños, de ganas, de vivir lo que a uno le gusta hacer. Dibujo, principalmente, porque me da la gana hacerlo, porque creo que no sé hacer otra cosa que no sea dibujar. Cojo un lápiz y un papel y empieza a temblarme la mano derecha (la izquierda la tengo bastante mala...). Disfruto con cada trazo, me enamoro de los bocetos, del ancrage, de la tinta china, de los primeros colores, de las sombras... Me enamoro de lo que estoy creando y, de repente, se me vienen las ganas de compartirlo; por un lado, para presumir, por otro, es como ver a un tipo atiborrándose de cervezas en un bar y sin compañía y yo no soy de los que beben solo. Necesito dibujar. A veces, no puedo. Me he hecho mayor, tengo familia y Martínez Hermanos no perdona: «DEL DIBUJO NO SE VIVE EN ÁFRICA». Necesito dibujar, a veces no puedo porque, realmente, soy un vago y prefiero acumular las ideas que liberarlas. Necesito dibujar, pero no puedo… Todo lo que intento reflejar es, precisamente, de lo que la gente no puede hablar.