El arte no puede deslindarse de la naturaleza humana y, por ello, de sus obsesiones y necesidades. Los grabados de Goya, El Asesinato considerado como una de las Bellas Artes, de Thomas de Quincey, o los textos profundamente perturbadores de Edgar Allan Poe ilustran el desasosiego íntimo que producen la transgresión, la violencia o el crimen. La misión del arte es suscitar una mirada reflexiva y emocional que sitúe el logro artístico en una dimensión capaz de darnos una nueva luz con la que poder mirar el fenómeno representado.
En esta exposición, las obras de Eutiquio Estirado nos arrojan el desafío de contemplar el asesinato desde la óptica de lo “impropio”, insólito o “siniestro”, esto es, “zurdo”, como sinónimo aquí de todo lo anterior. Todos los elementos de esta colección de trabajos plantean la brutal gratuidad del crimen, en el sentido de que las víctimas —muchas de ellas mujeres— constituyen un eslabón tan débil e inerme que merecían la piedad y la justicia de un trato digno, es decir, humano. Sin embargo, los asesinos actuaron de modo implacable, sin ninguna razón que pudiera entenderse desde el plano de la moral que construimos para, precisamente, protegernos de la agresión gratuita e inesperada que acabó con la vida de las víctimas. Esa violencia se produjo de un modo extraordinariamente insólito, porque sus hacedores transgredieron cualquier razón lógica que pudieran esgrimir ante un tribunal complaciente.
La Criminología necesita el Arte para acentuar un dolor colectivo que corre el riesgo de no percibirse en el mundo actual saturado de información. En cada cuadro, instalación y escultura realizada por el artista tenemos la necesidad de adentrarnos en ese horror de segundos o minutos que acabó con una esperanza bajo un medio atroz o un momento incomprensible, el que le arrebató la vida a la víctima del asesino. Cuando nos detenemos a contemplar cada imagen, compartimos, en un espacio privilegiado —la experiencia artística— la profundidad y el drama de ese dolor.
Texto: Vicente Garrido